La historia de Carlos I se remonta a 1889 cuando en la ciudad de Jerez, un maestro bodeguero encontró en un rincón de su bodega unas misteriosas barricas. Sin saber de donde provenian las mismas, al instante se dio cuenta que contenían el brandy más exquisito que había probado: “Un sabor capaz de conquistar el mundo” pensó. Y por eso lo bautizó Carlos I.
La imagen del gran emperador, que Tiziano pintó rememorando su triunfo en la batalla Mühlberg, ha servido de inspiración para su emblema, elemento inconfundible de botellas y estuches.
Cada gota de Carlos I contiene pasado e historia. La razón es el sistema de añejamiento de Criaderas y Solera. Los destilados nuevos de vinos -que se llaman holandas- necesitan asentarse, evolucionar, mezclarse y enriquecerse con destilados más añejos. Para ello nada mejor que este sistema en el cual se mezclan con sabiduría los destilados añejos de la Solera con otros jóvenes de aromas frescos de las Criaderas definiendo así la personalidad y carácter de Carlos I. Este envejecimiento dinámico favorece la evolución y asociación de aromas logrando una armonía de sabores incomparable.